Transformando la gobernanza para que la gobernanza pueda catalizar el cambio transformador
En el cumplimiento de su misión de conectar la investigación, las políticas y la práctica para promover el aprendizaje sobre los enfoques de la gobernanza de la tierra y los recursos naturales, Iniciativa para la Equidad Global es partícipe en áreas de protección comunitarias, paisajes sostenibles y lo que ahora se conoce como “otras medidas efectivas de conservación basadas en áreas” u OMECs. Esta es parte de una serie de publicaciones en las que compartiremos algunas de nuestras reflexiones sobre lo que este tipo de iniciativas pueden contribuir a la sostenibilidad y la conservación.
Nuestra crisis actual
Las crisis interrelacionadas del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la degradación de la tierra se tratan generalmente como una serie de problemas discretos, cada uno de los cuales necesita sus propias medidas. Aunque se necesitan acciones específicas para abordar problemas medioambientales concretos, un enfoque fragmentario nunca será suficiente, porque todas estas crisis forman parte de una crisis más amplia y fundamental. El Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, lo expresó recientemente en términos claros y crudos:
Para no andarnos con rodeos: el planeta está roto.
Estimadas amigas y amigos:
La humanidad está librando una guerra contra la naturalezai
En un post anterior, afirmamos que nosotros, la raza humana, necesitamos transformar nuestra relación con la naturaleza, y que para ello tenemos que transformar nuestra forma de pensar sobre la gobernanza. La gobernanza misma debe transformarse para que pueda catalizar el cambio transformador.
Al profundizar en las ideas sobre la gobernanza transformadora, no pretendemos establecer una teoría o un modelo completamente formado de lo que esto supondría. De hecho, hacerlo en este momento sería prematuro, por las razones que veremos más adelante. En lugar de ello, nos limitamos a compartir algunas ideas iniciales sobre lo que podría suponer la gobernanza transformadora y lo que significaría en la práctica, en particular con respecto a los esfuerzos de conservación de la biodiversidad en todo el mundo promovidos por el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) y las estrategias basadas en áreas que constituyen una de las piedras angulares del CDB: las áreas protegidas y lo que la jerga del CDB denomina “otras medidas eficaces de conservación basadas en áreas” u OMECs.
Principios para una gobernanza transformadora y sus implicaciones para la conservación
Anteriormente hemos propuesto algunos principios que, en nuestra opinión, deberían estar en el centro de la gobernanza transformadora: interconectividad, apreciación de la nobleza del ser humano y justicia. La interconectividad, por ejemplo, implica reconocer tanto la unidad de la raza humana como nuestras conexiones con el mundo natural y nuestra dependencia de él. Un supuesto implícito en la forma en que se estructura la gobernanza a nivel de la política de las naciones es que la raza humana es un campo de batalla de grupos sociales en competencia. El conflicto y las influencias polarizadoras de nuestros sistemas políticos se extienden a la sociedad en general, afectando la forma en que se toman las decisiones colectivas a nivel municipal y comunitario y, a veces, incluso dentro de los grupos de voluntarios y otras organizaciones de la sociedad civil, así como dando forma a las identidades sociales que se definen en oposición a otros grupos enemigos. Esta visión de la sociedad como compuesta por diferentes grupos en perpetua competencia y conflicto entre sí se convierte en una profecía que se cumple así misma. Los sistemas de gobernanza basados en el principio de interconectividad, sin embargo, tendrían como objetivo fomentar una forma de unidad que abarque la diversidad al mismo tiempo que encuentra un terreno común y fortalece los lazos que nos conectan como seres humanos.
Lamentablemente, en el ámbito de la conservación de la biodiversidad, son demasiado frecuentes los conflictos entre las agencias de parques y otras autoridades de conservación, por un lado, y los pueblos indígenas y las comunidades locales cuyos medios de vida se basan en los recursos naturales, por otro. A veces, estos conflictos se deben a que las comunidades son reubicadas a la fuerza para alejarlas de los parques recién creados y de otros tipos de áreas protegidas, y a menudo también a que se les niega el derecho a recolectar recursos naturales y a acceder a los espacios sagrados tradicionales de esas áreas protegidas. En la guerra contra la caza furtiva, además, se suele suponer, a menudo sin pruebas, que las comunidades que viven junto a los parques nacionales son parte del problema. Lo más preocupante es que esto ocurre incluso con comunidades indígenas que han coexistido de forma sostenible con la naturaleza durante siglos.
Otro principio que proponemos que se sitúe en el centro de los esfuerzos para fomentar la gobernanza transformadora es el desarrollo impulsado por la comunidad. La palabra desarrollo en sí misma se ha convertido en algo sospechoso y ha adoptado una serie de significados cínicos, superficiales y puramente materialistas. Para nosotros, sin embargo, el desarrollo es un proceso a través del cual los individuos aprenden y actúan juntos en las comunidades para convertirse en protagonistas de su propio progreso. Está inextricablemente ligado al cultivo de las capacidades individuales y colectivas que permiten a las personas realizar su plena potencialidad como seres humanos. El punto de partida de este tipo de desarrollo se encuentra en las bases comunitarias, y avanza a través de la creación de la comunidad. La comunidad es la expresión en la cultura de la interconectividad y es un componente esencial del desarrollo sostenible. Allí donde las fuerzas sociales del materialismo y el individualismo radical han socavado la comunidad, hay que reanimarla, y allí donde han corrompido la relación de las personas con la naturaleza, es sobre todo en las bases donde hay que repararla.
En el ámbito de la conservación, los programas, instituciones y políticas nacionales e internacionales tienen un papel que desempeñar. Sin embargo, la necesidad de un modo de desarrollo en el que los individuos y las comunidades desarrollen sus potencialidades en un contexto de fortalecimiento de las relaciones saludables entre ellos y con la naturaleza sugiere que los procesos basados en áreas a nivel comunitario deben desempeñar un papel primordial. Esto tiene implicaciones para las acciones de conservación basadas en áreas, como la forma en que se crean, gobiernan y gestionan las áreas protegidas. Implica, por ejemplo, que las áreas protegidas sólo deben crearse cuando las comunidades locales son socios con pleno derecho. No se trata de un mero “reparto de beneficios” de la conservación o de una simple consulta a estas comunidades sobre las decisiones que en última instancia se toman en otros lugares. Proponemos que la gobernanza transformadora requiera que las comunidades indígenas y locales que viven en las áreas protegidas y en las adyacentes tengan siempre un asiento en la mesa donde se toman las decisiones sobre la creación y el gobierno de estos espacios.
Además, cuando se consideran los principios de interconectividad y desarrollo impulsado por la comunidad junto con el principio de justicia, queda claro que los actores de la conservación y los gobiernos deben aprender a aceptar la diversidad cultural y reconocer los derechos, las culturas y las instituciones de los pueblos indígenas. Una transformación en la gobernanza para el desarrollo sostenible debe incluir una transformación en la forma en que se crean las áreas protegidas, así como la reparación de los agravios que se han cometido a nombre de la conservación en el pasado.
El aprendizaje es otro principio que proponemos que esté en el centro de la gobernanza transformadora. La gobernanza que se construye en torno al aprendizaje y que contribuye a la construcción de la unidad al tiempo que abraza la diversidad tendría que fomentar un amplio intercambio de perspectivas e ideas a través del diálogo y la deliberación. Esto va mucho más allá de que los funcionarios electos busquen los aportes de los electores; el objetivo debería ser más bien que cada vez más personas se conviertan en participantes activos en lugar de meros electores.
Es por ello que anteriormente sugerimos que hoy en día es imposible para nosotros o para cualquier otra persona sentarse e idear un modelo completo de gobernanza transformadora. Identificar lo que es la gobernanza transformadora requerirá en sí mismo un diálogo continuo en espacios de deliberación desde lo local hasta lo global. También requerirá un cambio para que el conocimiento no se genere únicamente a través de la ciencia formal de la conservación, sino también a través de los procesos de aprendizaje que tienen lugar en las bases comunitarias. Los pueblos indígenas tienen una gran experiencia y conocimiento sobre la vida en armonía con la naturaleza y la conservación del patrimonio de recursos naturales, pero se está haciendo muy poco para movilizar este conocimiento o para seguir generando nuevos conocimientos a nivel comunitario. Si las políticas y los programas de conservación pueden reconocer y potenciar los esfuerzos de conservación de los pueblos indígenas y facilitar el intercambio de ideas entre estos esfuerzos en todo el mundo, se transformaría la forma de aprender para una conservación eficaz, lo que a su vez ayudaría a transformar la forma de hacer conservación.
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Repensar La Gobernanza En Los Objetivos Globales De Biodiversidad
En el cumplimiento de su misión de conectar la investigación, las políticas y la práctica para promover el aprendizaje sobre los enfoques de la gobernanza de la tierra y los recursos naturales, Iniciativa para la Equidad Global es partícipe en áreas de protección comunitarias, paisajes sostenibles y lo que ahora se conoce como “otras medidas efectivas de conservación basadas en áreas” u OMECs. Esta es parte de una serie de publicaciones en las que compartiremos algunas de nuestras reflexiones sobre lo que este tipo de iniciativas pueden contribuir a la sostenibilidad y la conservación.
Una Nueva Dirección Para El Marco Mundial de la Diversidad Biológica Posterior a 2020
Para que la raza humana tenga alguna esperanza de revertir la actual destrucción del mundo natural y aprender a vivir de forma sostenible, necesitaremos un cambio radical en nuestras estructuras económicas, nuestros sistemas de gobernanza y nuestros enfoques para conservar la naturaleza y su biodiversidad. Lo que se necesita no es una mera reorganización, sino una transformación, y esto implica no sólo cambios externos en las políticas y prácticas, sino también una transformación en la forma en que pensamos sobre la sostenibilidad, el sustento, las relaciones entre el hombre y la naturaleza y la conservación.
Durante la última década, bajo el paraguas del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB), la Meta de Aichi nº 11 ha marcado la pauta de cómo concebir la protección de la biodiversidad:
Para 2020, al menos el 17% de las zonas terrestres y de aguas interiores y el 10% de las zonas marinas y costeras, especialmente las que revisten particular importancia para la biodiversidad biológica y los servicios de los ecosistemas, se habrán conservado por medio de sistemas de áreas protegidas administrados de manera eficaz y equitativa, ecológicamente representativos y bien conectados, y de otras medidas de conservación eficaces basadas en áreas, y estas estarán integradas a los paisajes terrestres y marinos más amplios.
Sin embargo, a pesar de su influencia, sólo un aspecto de esta meta se ha puesto en práctica de forma sólida con estrategias, definiciones, métricas y sistemas de información: la meta cuantitativa de la extensión espacial de los parques, reservas y otros tipos de áreas protegidas. Los esfuerzos recientes por hacer operativa otra parte de ese objetivo -las “otras medidas eficaces de conservación basadas en áreas” (OMECs)– son un avance bienvenido (haga clic aquí para leer un post nuestro sobre las OMECs). Es necesario avanzar rápidamente en este frente para que, en el Marco Mundial de la Diversidad Biológica Posterior a 2020, la comunidad mundial pueda ampliar su mirada más allá de los parques y otros tipos de áreas protegidas para abarcar los sistemas basados en el lugar donde las personas y la naturaleza coexisten de forma sostenible, incluyendo las OMECs.
Hay otro aspecto de esa meta que también debe tomarse más en serio en el acuerdo que reemplace las metas de Aichi: el principio de que las áreas protegidas y las OMECs deben ser “administrados de manera … equitativa”. Esto es esencialmente una cuestión de gobernanza. La reciente Respuesta de los pueblos a la Cumbre de Alto Nivel sobre la Biodiversidad pone de manifiesto esta necesidad, al pedir que el Marco Mundial de la Diversidad Biológica posterior a 2020 “garantizar la participación efectiva de las personas y las comunidades como titulares de derechos así como la rendición de cuentas de los estados con respecto a sus compromisos”, y que incluya “un monitoreo adecuado y eficaz basado en la totalidad de las obligaciones del CDB, sistemas de revisión y rendición de cuentas basados en un enfoque de derechos”. En esta ocasión, es esencial el seguimiento efectivo de todas las obligaciones del CDB, incluido el hecho de que las áreas protegidas y las OMEC deben gestionarse de forma equitativa. Sin embargo, en este caso también es necesaria una transformación del pensamiento, una transformación de la forma en que entendemos la gobernanza.
Reconceptualizar la gobernanza
La gobernanza se concibe a menudo en términos de toma de decisiones colectiva, en relación con la cuestión de quién decide y cómo lo hace. Las definiciones y teorías de la gobernanza también suelen referirse a la resolución de compromisos e intereses en conflicto. Otra perspectiva de la gobernanza se centra en el poder sociopolítico. Esta perspectiva no es necesariamente incoherente con un enfoque en la toma de decisiones o en la resolución de compromisos, pero pone más énfasis en el papel de la gobernanza en la configuración de cómo se puede y no se puede aplicar el poder y en frenar sus manifestaciones más atroces.
Dentro de estas conceptualizaciones de la gobernanza hay un conjunto de supuestos generalizados que merecen ser examinados: los supuestos de que:
- que la motivación principal de los seres humanos es el interés propio individualista, y que ese interés propio suele concebirse únicamente en términos materiales;
- que los intereses, valores e identidades son esencialmente inamovibles; y
- que el conflicto, que surge de las diferencias de intereses, valores e identidades, es el estado normal de los asuntos humanos.
Aquí sugerimos tres principios que pueden servir de alternativa a estos supuestos: la apreciación de la nobleza del ser humano, la interconectividad, y la justicia.
Una de las funciones de cualquier sistema de gobierno es dar forma y canalizar las motivaciones de su gente. Sin embargo, es importante recordar que las cualidades que definen lo que significa ser humano van más allá del mero interés material propio, para abarcar las capacidades de sabiduría, asombro, empatía, solidaridad, creatividad y amor. Una perspectiva basada en la apreciación de la nobleza del ser humano sugiere la existencia de un papel para la gobernanza en la movilización de estas capacidades como motivaciones para la acción individual y colectiva.
La suposición de que los intereses son inamovibles y de que la principal tarea de la gobernanza es mediar en los compromisos entre los intereses en conflicto también es problemática. Los intereses -junto con los valores, las identidades y las motivaciones- están sujetos a cambios. La cultura, la religión, la educación y la experiencia les dan forma. Y también pueden ser influenciados a través de un intercambio reflexivo con personas cuyas perspectivas difieren.
El principio de interconectividad[i] implica que la gobernanza también debe aspirar a construir una comunidad, a nivel local, nacional e internacional, para fomentar valores que manifiesten el respeto por las diversas culturas y la unidad de la raza humana, y que alimenten nuestra interconexión con la naturaleza.
En otras palabras, la gobernanza no debe concebirse como algo que acepta los valores y las identidades actuales como algo dado y luego pretende negociar un acuerdo entre esos valores e identidades cuando difieren. Debe aspirar a dar forma a los valores de manera que, al tiempo que se respetan las diversas culturas y perspectivas, también se alimentan los intereses comunes y las identidades y visiones compartidas para el futuro.
Una lente común a través de la cual se ve la gobernanza es la de la justicia, y no debería ser controvertido sugerir que los sistemas de gobernanza para las áreas protegidas y los OMEC deberían incorporar tanto la justicia distributiva como la procesal. Sin embargo, la forma en que se interpretan normalmente estos aspectos de la gobernanza suele suponer que las relaciones conflictivas entre clases diferentes, etnias u otros grupos sociales es el estado normal de las cosas. En cambio, cuando la justicia se entiende como una faceta de la interconectividad, adquiere un significado adicional. Nuestra interconectividad como seres humanos implica que la justicia es tanto un fin como un medio. La justicia es un medio para lograr una forma de unidad que abarque y celebre la diversidad de culturas, y es un resultado de la creación de sistemas que encarnen nuestra interconectividad.
Permitamos que el Marco Mundial de la Diversidad Biológica posterior a 2020 sea algo más que un manual tecnocrático para la presentación de informes nacionales sobre acciones de conservación; dejemos que sea algo que contribuya a nuevas formas de pensar sobre la gobernanza y sobre la relación ser humano-naturaleza. Y en el desarrollo del acuerdo sucesor de las Metas de Biodiversidad de Aichi, dirijamos nuestra atención hacia la gobernanza equitativa y la transformación tanto como hacia las metas espaciales. En post futuros, esperamos explorar cómo podrían ser los indicadores y objetivos de gobernanza en el marco posterior a 2020.
[i] Hemos explorado el concepto de interconectividad en artículos anteriores, como un principio esencial para el desarrollo sostenible, y como un espíritu motivador para las OMECs.
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Proteger la biodiversidad: Aprendiendo de las comunidades indígenas
En el cumplimiento de su misión de conectar la investigación, las políticas y la práctica para promover el aprendizaje sobre los enfoques de la gobernanza de la tierra y los recursos naturales, Iniciativa para la Equidad Global es partícipe en áreas de protección comunitarias, paisajes sostenibles y lo que ahora se conoce como “otras medidas efectivas de conservación basadas en áreas” u OMECs. Esta es parte de una serie de publicaciones en las que compartiremos algunas de nuestras reflexiones sobre lo que este tipo de iniciativas pueden contribuir a la sostenibilidad y la conservación.
Ampliando los valores ambientales más allá de las áreas protegidas
En el marco del Convenio sobre la Diversidad Biológica, los países del mundo han acordado una serie de objetivos estratégicos, así como unas metas para alcanzarlos conocidas como las metas de biodiversidad de Aichi. La Meta 11 de Aichi es una meta basada en zonas geográficas y centrada en los paisajes terrestres y marinos:
Para 2020, al menos el 17% de las zonas terrestres y de aguas interiores y el 10% de las zonas marinas y costeras, especialmente las que revisten particular importancia para la biodiversidad biológica y los servicios de los ecosistemas, se habrán conservado por medio de sistemas de áreas protegidas administrados de manera eficaz y equitativa, ecológicamente representativos y bien conectados, y de otras medidas de conservación eficaces basadas en áreas, y estas estarán integradas a los paisajes terrestres y marinos más amplios.
El progreso hacia la puesta en marcha de todos los aspectos de esta meta ha sido lento, con mucha atención dirigida específicamente a la extensión espacial de los parques, reservas y otros tipos de áreas protegidas. En un post anterior, acogimos con satisfacción el esfuerzo por hacer operativa otra parte de esa meta, que se refiere no sólo a las áreas protegidas, sino también a “otras medidas eficaces de conservación basadas en áreas” (OMECs). El esfuerzo internacional por incluir las OMECs en los objetivos mundiales de protección de la biodiversidad puede considerarse un reconocimiento de que la conservación y la sostenibilidad no pueden lograrse únicamente a través de enclaves protegidos en los que separamos a los seres humanos de la naturaleza, sino que también deben perseguirse garantizando que los seres humanos coexistan con la naturaleza de forma sostenible.
La diversidad como recurso
Al considerar estos objetivos, es importante recordar de vez en cuando la meta a la que están destinados a contribuir: mantener la biodiversidad. La palabra biodiversidad es una forma abreviada de referirse a la belleza inmensamente variada del mundo natural. La biodiversidad es también un recurso del que se nutren los ecosistemas y que les proporciona los medios para adaptarse al cambio. La biodiversidad proporciona redundancia dentro de un ecosistema: diferentes organismos que pueden realizar las mismas funciones en un ecosistema, pero cada uno de ellos de forma ligeramente diferente, lo que, en última instancia, confiere al sistema resiliencia.
Podemos pensar en la diversidad cultural de forma similar. Además de ser algo que hay que celebrar por derecho propio, la diversidad cultural es un recurso que podemos aprovechar. Las distintas culturas tienen diferentes formas de entender el mundo y de vivir en él, y muchas tienen una profunda experiencia arraigada en su interconexión con la naturaleza. Esta diversidad de enfoques, experiencias y visiones del mundo puede ser una fuente de soluciones a los retos que afrontamos hoy en día. Esto se aplica ciertamente al reto de aprender cómo pueden coexistir los seres humanos y la naturaleza. Los pueblos indígenas, en particular, han desarrollado a lo largo de los siglos actitudes, conceptos y métodos prácticos para crear medios de vida al tiempo que mantienen ricas culturas y protegen la naturaleza y su biodiversidad. Los territorios indígenas se encuentran en todo el planeta y son reconocidos como las zonas de mayor biodiversidad del mundo. Tomar en serio la experiencia de los pueblos indígenas puede ser la clave para aprender a extender los valores ambientales más allá de las áreas protegidas, para mantener la biodiversidad restante y crear paisajes sostenibles en todas partes.
Ya se sabe mucho. Por ejemplo, muchas comunidades indígenas tienen una ética de la interconectividad que guía su forma de interactuar con la tierra y de gestionar los ecosistemas que los sustentan. En la cosmovisión indígena, los seres humanos no están separados de la naturaleza, sino que existen en ella, están conectados a ella y son sus administradores. Los territorios indígenas en los que la cultura, la identidad y la conexión con el territorio dan forma a la administración del medio ambiente, los medios de vida y el bienestar colectivo son ejemplos de cómo los seres humanos pueden vivir en armonía con la naturaleza. Entre los rasgos más destacados de su composición se encuentra un fuerte sentido de identidad y conexión entre la gente y los paisajes terrestres y marinos. En estos territorios existen sofisticadas prácticas de gestión que incluyen zonas de no uso, de gestión sostenible y otras, y enfoques de gobernanza que permiten aplicar y hacer cumplir normas y procedimientos para utilizar los recursos naturales de forma sostenible, conservar la salud y la diversidad de la fauna, la flora y los hábitats, y cuidar el bienestar de cada miembro de la comunidad.
Restableciendo conexiones saludables y paisajes sostenibles
La apreciación de las lecciones que ofrecen estas comunidades puede servir de inspiración para dos líneas de acción interconectadas en la búsqueda global de la conservación de la biodiversidad y la sostenibilidad. Una de ellas es cambiar los patrones que siguen perturbando las relaciones entre el ser humano y la naturaleza para evitar más daños. Los gobiernos nacionales e internacionales pueden identificar dónde se gestionan los paisajes de forma sostenible, tratar de entender qué contribuye a las relaciones y formas saludables de toma de decisiones en ellos y a qué amenazas se enfrentan, y proporcionar las salvaguardas institucionales y financieras para potenciar estos procesos locales. En el centro de cualquier esfuerzo gubernamental en esta dirección debe estar el compromiso de garantizar una gobernanza equitativa y dar pleno reconocimiento y protección legal a estos sistemas. Exploraremos más este tema en futuros artículos
La otra línea de actuación consiste en aprovechar las lecciones de los paisajes gestionados de forma sostenible y aplicarlas en otros entornos para restablecer conexiones saludables entre el hombre y la naturaleza allí donde se han perdido. Esta línea de acción tiene que ver tanto con la restauración de las relaciones como con la restauración de los ecosistemas. Implica alimentar las identidades basadas en la interconectividad con los paisajes y el sentimiento de pertenencia. Implica desarrollar actitudes, prácticas e instituciones que se preocupen por el bienestar de toda la comunidad y la sociedad. Implica crear las condiciones necesarias para que las comunidades locales puedan convertirse en protagonistas de los esfuerzos de conservación y desarrollo sostenible.
Mientras las partes del CDB intentan acordar un sucesor de las metas de Aichi, una de las cuestiones que hay que decidir es cuáles serán las metas espaciales. En última instancia, sin embargo, en la medida en que el debate gire en torno a si la cifra debe permanecer en el 17% de la tierra terrestre, o si debe aumentar al 25% o al 30%, se pierde el punto. Los valores medioambientales deben extenderse más allá de las áreas protegidas para reincorporarse a los paisajes sostenibles en todas partes.
El mundo tiene un largo camino por recorrer antes de poder conseguirlo. Sin embargo, el reconocimiento de que la sostenibilidad puede lograrse en paisajes donde coexisten los seres humanos y la naturaleza—en los OMECs—es un paso en la dirección correcta. En este sentido, una tarea vital para la comunidad mundial en los próximos años será aprender sobre los paisajes ecosociales sostenibles, identificándolos allí donde ya existen, hayan sido o no reconocidos como OMECs, creándolos proactivamente allí donde se necesita una transformación más profunda, estudiando cómo y por qué funcionan, y viendo cómo difundir las lecciones aprendidas.
Para proteger la biodiversidad y la naturaleza, nuestro objetivo ahora debe ser que cada parte del planeta se convierta en un paisaje sostenible. Tenemos que aprender a coexistir con la naturaleza, no aislarnos de ella.
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